Pablo Gutiérrez Carreras | 05 de diciembre de 2020
Peter Seewald incorpora, junto al contexto de la vida alemana y europea del siglo XX, el estudio de la personalidad de Benedicto XVI, las motivaciones de su itinerario vital, aptitudes y limitaciones, obra teológica, espiritualidad, recepción e influencia de su obra, percepción mediática de su figura y un intento de balance histórico.
Una fotografía muy oscura, con un Benedicto de perfil, mirada baja, iluminado a contraluz, es la portada de la edición alemana y de la española de Benedicto XVI. Una vida. Se trata de la esperada biografía escrita por Peter Seewald y publicada en España por Ediciones Mensajero. La foto enmarca muy mal la figura de Benedicto XVI, tal y como la transmite Peter Seewald y tal y como ha sido percibida por una gran mayoría de fieles católicos y de muchas de las grandes personalidades que han tratado personalmente a Benedicto XVI. El Papa emérito es una figura enormemente luminosa, que ha gozado de gran popularidad, aun en medio de la contradicción y de la controversia, y así es como resplandece tras la lectura de estas más de 1.000 páginas de Peter Seewald.
Benedicto XVI. Una vida
Peter Seewald
Ediciones Mensajeros
1184 págs.
28,50€
Seewald firmó previamente cuatro libros de entrevistas a Benedicto XVI, así como una semblanza biográfica. El propio Benedicto XVI tiene un libro de memorias –Mi vida– que Seewald ha utilizado profusamente en las dos primeras partes del volumen.
Con tanto material accesible, la aportación principal es que supone una presentación de conjunto de toda su vida (familia, Segunda Guerra Mundial, seminario, profesor, concilio, obispo, cardenal, prefecto, Papa y Papa emérito), que se hace comprensible porque incorpora equilibradamente, junto al contexto de la vida alemana y europea del siglo XX, el estudio de su personalidad, las motivaciones de su itinerario vital, aptitudes y limitaciones, obra teológica, espiritualidad, recepción e influencia de su obra, percepción mediática de su figura y un intento de balance histórico. No se comprenderá nada de la vida de Benedicto si no tomamos en serio lo que él dice de sí mismo: que Dios ha ido guiando su vida.
«Mira, tenemos trece personas intentando encontrar algo que involucre a Benedicto XVI en el escándalo de los abusos. ¡Así que no puedes venir tú ahora y absolver al Papa!». Así se expresaba un redactor de Der Spiegel, cuando entregó al semanario una recensión positiva de uno de los libros de entrevistas de Seewald a Benedicto, titulado Luz del mundo.
Seewald, que había sido director de Der Spiegel y trabajó en el Süddeutsche Zeitung, dos de los diarios más críticos con Benedicto, realiza un muestreo representativo de los titulares contra el pontífice en los momentos más peliagudos de su pontificado. La creación de una imagen negativa de Benedicto fue una constante en una gran mayoría de la prensa internacional. Algunos estereotipos, como el del «Panzercardinal» o «el Gran Inquisidor», creados durante su etapa de prefecto de la Congregación para la Doctrina de Fe, llegaron para quedarse. Estos fantasmas han constituido una densa atmósfera que ha rodeado siempre al pontífice, y que ha influido enormemente en su imagen. En contraste con los titulares amarillistas, especialmente de las prensas alemana e inglesa, Seewald va ofreciendo los apoyos y las declaraciones de aquellos que lograban atravesar esta capa asfixiante (responsables y líderes judíos, musulmanes o protestantes) y respirar aire no viciado a través de un encuentro personal con Benedicto o un acercamiento a su obra.
Mi impulso esencial ha sido sacar a la luz el auténtico núcleo de la fe, oculto bajo las incrustaciones, a fin de devolverle su fuerza y dinamismo. Tal impulso es la constante de mi vidaBenedicto XVI
De su infancia, Benedicto ya nos había contado muchas cosas en Mi vida, pero aquí encontramos sorprendentes detalles de su boda; el padre publicó un anuncio en un semanario que se leía en los hogares católicos: buscaba una mujer católica para contraer matrimonio -que supiera cocinar, y a ser posible, con patrimonio propio-, anuncio al que respondió Maria. Hoy lo hubieran hecho a través de internet… aunque cambiando la lista de requisitos.
El papel de Ratzinger en el Concilio Vaticano II fue verdaderamente trascendente. Si inicialmente el concilio iba a durar poco, porque en Roma ya tenían los textos preparados para una rápida aprobación, la munición teológica y la acción decisiva para rechazar estos textos y sustituirlos por nuevos esquemas las aportaron obispos apoyados por jóvenes teólogos, en los que Ratzinger jugó un papel esencial, como teólogo privado del cardenal Frings, el hombre más importante del concilio después del Papa, según un sacerdote y periodista americano, testigo de las cuatro sesiones del concilio.
Aquí es donde Seewald realiza los mayores esfuerzos para comprender la posición teológica de Benedicto XVI. No comprende a Benedicto quien lo considere «progre» antes del concilio y «carca» después del concilio. Su evolución no tiene nada que ver con ese parámetro. «Mi impulso esencial ha sido sacar a la luz el auténtico núcleo de la fe, oculto bajo las incrustaciones, a fin de devolverle su fuerza y dinamismo. Tal impulso es la constante de mi vida».
Si inicialmente luchó contra una teología excesivamente jurídica, y que había perdido contacto con la Sagrada Escritura, nunca negó ni se enfrentó con la fe proclamada por la Iglesia. Más bien, han sido otros los que se han guiado por otros parámetros y han dejado de tomar como referencia la fe de la Iglesia para juzgar según los parámetros del pensamiento dominante. El sociólogo francés Olivier Roy explica muy bien que cuando la Iglesia, a través del Concilio Vaticano II, acepta muchos planteamientos de la modernidad, es esta la que huye y adopta posiciones antropológicas completamente incompatibles con la visión cristiana del hombre.
Más fresco en la memoria tenemos el paso de Joseph Ratzinger por la Congregación para la Doctrina de la Fe, cargo del que trató de librarse en al menos dos ocasiones. En cuanto a su propio pontificado, está muy equilibradamente recogido el primer entusiasmo mediático y las diversas tormentas que se ocasionaron: el caso Williamson, el Vatileaks y los casos de abusos. Y, finalmente, tras todo lo que se especuló a raíz de su renuncia sobre la verdadera causa de la misma, parece claro que no hubo, al final, más «verdadera causa» que la que expresó el propio Benedicto: «He llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino». Un hombre sencillo y humilde, apasionado buscador de la verdad, al que la Providencia fue llevando a soportar cada vez mayores pesos por la Iglesia hasta que, al final, ya no pudo más. Y con la sencillez con la que se había expresado siempre, aun para hablar de temas profundos, declaró no poder más.
El problema del malentendido entre Benedicto XVI y el cardenal Sarah viene a confirmar un relato lleno de estereotipos, con un Papa bueno y otro malo.
Su texto analiza qué ha pasado para que aquellos que habían sido llamados a guardar a “los pequeños” se hayan convertido en lobos.